foto de un graffo misionero
una de las fotos del libro
Suárez reivindica la idiosincrasia propia de la escena madrileña, que desde sus comienzos demostró que no era una mera importación calcada de la corriente neoyorquina. Entre las particularidades de los grafiteros madrileños, Suárez destaca un código ético y una jerga propios, citando la tesis El postgraffiti, su escenario y sus raíces del estudioso del tema Juan Abarca: "Los valores metodológicos fueron generados por el propio Muelle, que evitaba actuar sobre superficies que hubieran de ser limpiadas, y se especializó en muros temporales de obra y en las vallas publicitarias de los andenes del metro. Aunque no todos los escritores de la escena eran tan respetuosos...".
En sus comienzos el grafiti madrileño fue una manifestación autónoma, si acaso relacionada con la cultura punk, pero a finales de los ochenta la influencia del hip hop y el grafiti neoyorquino fagocitó el estilo autóctono, que pocos conservaron. El fenómeno fue cada vez más popular y ya miles de jóvenes bombardeaban todo tipo de superficies, empezando por los vagones de metro. Esto cambió la percepción más o menos neutra que el público general había tenido hasta entonces del grafiti, como asegura Abarca: "Ver a alguien pintando en la calle se percibía a menudo más como algo excéntrico o generoso que como una agresión".
En Barcelona los comienzos no estuvieron ligados a las firmas sino a un grupo que pintaba grandes piezas abstractas, los Rinos. Tras ellos, la técnica que más proliferó en la Ciudad Condal fue el stencil, en la que se usa una plantilla de cartulina sobre la que se rocía la pintura.
En los noventa, el término grafiti iba indisolublemente asociado a la cultura hip hop venida de los Estados Unidos, y fue en esta época cuando se consolidó esta cultura en otras ciudades como Aicante, Barcelona, Valencia o Sevilla. También en esta época las obras callejeras fueron incorporando contenido político y social, y también mayores impedimentos: cámaras de vigilancia, pinturas antigrafiti y leyes más duras.
Ante esta situación, la cultura del grafiti redujo su presencia en las calles y la aumentó en fanzines, festivales o grandes murales autorizados. Pero el fenómeno empresarial de la marca española Montana, pionera en Europa de materiales específicos para pintores callejeros, revitalizó la escena.
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de donde es la nota original!
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